Fuente de
felicidad
La observación es la puerta que antecede al conocimiento y descubrimiento
de las cosas; en la medida que se
considera, analiza y enfoca la atención en un hecho, suceso, persona u objeto determinado, es posible
encontrar aristas y puntos de referencia
que antes habían pasado desapercibidos.
En la colonia Kepler, una de las casas tiene un
letrero que atrapa la atención de todos los transeúntes:
“Venimos a este mundo a ser felices…”,
a primera vista es un mensaje simple,
sin embargo, al analizarlo con más detenimiento y profundidad nos damos cuenta
que es la primicia que todos buscamos e
intentamos construir por diversos caminos.
De acuerdo a distintas acepciones, se dice que la
felicidad no es una meta sino un proceso que se va edificando constantemente de
acuerdo a la actitud, temperamento, carácter, resiliencia, fortaleza, capacidad
de respuesta y manejo de las emociones
de cada persona, así como del ambiente y contexto que nos rodea.
Hay quienes buscan la felicidad en el dinero, pensando
que al tener más bienes y pertenencias podrán tener más seguridad, confort y
alegría; siendo ésta búsqueda, en muchos
de los casos, un viaje apresurado por la vida que impide gozar de las cosas sencillas y del
calor familiar, por seguir acumulando
riquezas; otros, buscan la manera rápida de conseguirlo, sin importar las
formas.
Algunas personas sufren por no tener trabajo y otros que se
lamentan por tener un lugar donde desempeñarse; hay quienes se quejan de los
compañeros y otros que padecen de
soledad y aislamiento; los que añoran tener hijos y algunos que los
maltratan o abandonan. Dentro de toda esa ambigüedad y disparidad de comportamientos nos preguntamos:
Entonces, ¿Qué es la felicidad?, ¿Se puede aprender a
ser feliz?, al entender la felicidad como un proceso interno que se construye y
se elige por nosotros mismos, es necesario
tomar conciencia de las cosas, evitando el practicar y estar cerca de personas que
irradien: negatividad, ira, odio, rencores, depresiones, estrés, resentimientos,
y por el contrario buscar a quienes alberguen emociones y pensamientos positivos, que nos
hagan reír y fortalezcan nuestra autoestima;
hacer actividades que nos
propicien la autocomplacencia y
satisfacción, buscar la paz, el buen humor y saborear cada instante de vida.
Me permito citar una máxima de Roosevelt, Presidente de Estados Unidos de América: “La alegría es la piedra filosofal que todo
lo convierte en oro”. Una persona alegre, feliz y positiva es recibida con
beneplácito en todos los lugares, porque viene reflejando esa luz que emana del
interior y llena los espacios sombríos con
chispas brillantes que opacan la tristeza y oscuridad.
Sin embargo, la felicidad no es algo absoluto que
pueda permanecer indefinidamente en la persona sin cambio alguno, aprendemos a
reconocer esos instantes felices porque hemos vislumbrado el dolor, apreciamos
el sabor, el gusto, el amor, amistad, compañerismo, por haber conocido la
soledad, tristeza, hambre, sed…
Que cada día sea una aventura llena de sorpresas,
atrevámonos a intentar cosas nuevas, practicar algún deporte, leer un buen
libro, cultivar nuevas amistades y cuidar las existentes; pertenecer a grupos
donde se compartan afinidades, que el aprendizaje sea un reto constante y la
convivencia armónica sea el eje rector de nuestra felicidad. Desarrollemos
valores que han permanecido ocultos tras la sombra de la indiferencia; aprendamos a compartir el pan, la sal y nuestro
tiempo con quienes más lo necesitan y
con un espíritu renovado levantemos la vista para agradecer por la vida y todo
lo que nos rodea.
Tomarnos el
tiempo necesario para saborear y disfrutar las cosas cotidianas y
ordinarias, dejar que la armonía de la música penetre por nuestros poros,
bailar, cantar, reír, abrazar y amar hasta que duela, dijo la Madre Teresa de Calcuta.
Finalizamos con la siguiente interrogación: ¿De dónde
proviene la felicidad? De esa fuente inagotable del Ser. Espejo
que refleja nuestra esencia interior y exterior; ¡buena perspectiva y actitud! Y seamos
felices.
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